En estas dos últimas semanas estuvimos filosofando acerca de la “luz” de cada quien. Conocemos casos muy cercanos en los que son los mismos padres quienes apagan la luz de hijos (aunque sea lo último que desean), ya sea frustrando sus sueños, anulando su personalidad, imponiendo sus propios estándares o heredándole sus miedos, en el caso de nuestro sobrino apagaron su luz siendo negligentes con él. Creemos fielmente que cada ser tiene luz propia, una luz que sólo Dios da, pero que el mundo puede apagar o generar reflejos que no son propios.

Entre tanta filosofía, a estos tíos les preocupó cómo disciplinar, orientar y guiar a nuestro sobrino, al mismo tiempo que encendíamos de nuevo su luz. Incluso también nos preocupó que nuestra propia luz se vea teñida por las personalidades de nuestros padres, nuestras historias de vida, o nuestras expectativas (incluso de las que tenemos de cada uno de nosotros como pareja).

Después de semanas “intensas” de disciplina es inevitable preguntamos, ¿habrá tenido sentido? Pero luego Dios se encarga de edificarnos, y tenemos ya dos semanas en las que nuestro sobrino se ha portado increíblemente bien (eso es mucho pedirle a la vida) y hemos visto la luz en él como nunca, no porque se porte bien, sino porque su luz propia ha salido a flote (sobrepasando sus carencias) una esencia divertida, genuina, ingenua, y dulce que brilla como el sol.

Nietzche afirmaba que la finalidad de la educación de los hijos (o sobrinos temporales…jajaj) es poner en el mundo personas más libres de lo que somos nosotros.

*  Amame para que me pueda ir. Jaume Soler y Maria Merce Conangala.

Proponemos construir un amor que no les aprisione, sino que les libere, un amor que les permita ser ellos mismo sin depender de nosotros. Se trata de amarles bien para que sean valientes de arriesgarse a amar y vivir una vida plena con sentido.