Esto es información que ya sabíamos, pero una cosa es saberla y otra cosa es vivirla. Los niños en riesgo social, cuando son sacados de su hogar, van a sufrir. Incluso aunque les estén evitando más dolor, ese dolor es lo único que ellos conocen como amor.

Por lo que de camino a recoger a nuestros sobrino, esta tía sentía un susto en el estómago por el cambio que estábamos por vivir, pero a la vez se me salían las lágrimas (y todavía se me salen) al pensar en lo triste que podía estar mi niño ese día, en el cuál había visto a su “familia” talvez por última vez, y estaba por conocer a dos completos extraños.

Sus ojos eran ventanas al dolor, lo bueno es que tiene unas pestañas gigantes que le dan esperanza a cualquier corazón compasivo.

Nuestro sobrino no puede caminar, usa pañal y tomaba mayormente chupón, todo esto a sus tres años. Su postura era triste, parecía que no podía sostenerse por sí sólo. Se cree que esta situación física es debido a la situación en la que vivía. (estaba confinado a un coche)

Al segundo día de estar en casa de los tíos, todavía no quería comer y gritó a más no dar cuando descubrió la ducha. Por la tarde de ese segundo día lo llevamos al doctor a un chequeo general, para ser lanzados contra la pared de la realidad. Desde que la doctora lo vió dijo “es muy probable que tenga parálisis”, entre una lista de transtornos físicos que mejor los dejo su imaginación. (de todos modos nuestra imaginación es muy corta para la realidad que viven nuestros niños en riesgo social).

Lloramos desde que salimos de la doctora hasta que llegamos a un laboratorio a hacer todos los exámenes de sangre que se harían  a un delincuente o un indigente, la pequeña diferencia es que el paciente era pequeño, tenía sólo 3 años. (gracias a Dios, y milagrosamente, la sangre que corre por sus vena es sanita)

Al regresar llorábamos pero de melancolía, de pensar en la realidad que nuestro sobrino pudo haber vivido, y Dios nos chineó a los 3, mientras nos llenaba de la esperanza que sólo él puede dar.